Fuera de servicio, Enric Herce

Nació en el corazón de Sant Feliu de Guíxols, en el Baix Empordà, en una casa que aún mantiene una antigua y nostálgica fachada. Allí creció con su hermana y sus padres, ambos buenos cocineros. «Mi padre fue un gran chef —dice Enric Herce—, empezó de aprendiz en el antiguo Hotel de les Noies de Sant Feliu y llegó a inaugurar muchos hoteles». Su madre también tenía mucha mano en los fogones y había trabajado en la cocina de algún restaurante de la zona, pero reconoce que, en casa, quien preparaba ese suquet de pescado delicioso y aquella zarzuela para chuparse los dedos era su padre. Confiesa que a él le hubiera gustado ser periodista, tal vez escritor, pero está convencido de que ese entorno familiar le predispuso para el arte de la cocina.

Fue pelando patatas y removiendo cazuelas como ganó el dinero necesario para comprarse su primera moto. Tenía 14 años y las dos ruedas no le eran extrañas, porque este era el vehículo habitual que su padre utilizaba para ir de arriba abajo. De hecho, al pequeño Enric le regalaron una de juguete cuando solo tenía 4 o 5 años, «era una Vespa metálica que llevaba un motorcito eléctrico». Diez años más tarde llegaría «la primera moto de verdad», la que pudo comprarse él mismo después de trabajar un tiempo en la cocina del hotel donde se estrenó su padre, el de las Noies. «Era una Derbi Diablo roja, preciosa, una verdadera moto iniciática». Vendrían muchas más, «24 o 25», dice contando en voz baja. Motos de trial, de motocross, de enduro, motos de carretera. Las dos últimas, de la legendaria marca Harley-Davidson.

A la cocina le reserva las horas de trabajo, a la Harley, las de ocio. Con la Harley va de arriba abajo haciendo kilómetros y fotografías que después comparte, activo como es, en su perfil de Instagram. Le preguntamos si hay alguna ruta que le guste en especial y responde rápidamente que le encantan las curvas de Tamariu, de Llafranc y de Calella de Palafrugell, por ser únicas, bellísimas. También nos recomienda ir en moto hasta la cala Montjoi para disfrutar de un paisaje lunático fascinante. Y subir a la carretera que une la Bisbal d’Empordà con Calonge atravesando el macizo de las Gavarres por el llamado collado de la Ganga. Esta es la opción ideal para abandonar este mundo y entrar en un cuento de hadas rodeado de alcornoques. Ha circulado muchas veces por esta vía porque de joven trabajó en la fábrica de quesos que un tío suyo tenía en Corçà y era la alternativa menos transitada para volver a casa, en Santa Cristina d’Aro.

Herce es un buen narrador y, mientras escuchamos cómo estira el hilo de su vida, lo imaginamos en lo alto de la moto enfundado en su chaqueta de cuero, las botas calzadas, el casco bien abrochado, los pensamientos justos y la atención plena. Le hubiera gustado tener un grupo para hacer salidas, pero se lo han impedido las exigencias de su sector; ya se sabe, para los restauradores, los fines de semana no existen. Pero, en realidad, ya le da igual; está satisfecho porque en el fondo cree que «viajar en moto es un placer solitario». También puede ser inspirador. Y muy poético. «Tarde de curvas y ovejas. Hemos ido a perseguir la primavera allá donde estuviera», leemos en su Instagram. Estos pequeños textos no son lo único que escribe: siempre que puede, riega aquella semilla que le habría permitido ser periodista o escritor y publica algún libro. Vierte reflexiones, descripciones, experiencias y recetas. El último se titula Delicioso mar. Recetas e historias del Mediterráneo (Cossetània Edicions, 2023). Lo tenemos sobre la mesa, pero nos sumergiremos en él por la noche, cuando volvamos de las excursiones en moto que nos ha animado a hacer.